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La muerte como espectáculo

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Mi tío-abuelo Fernando fue siempre un resuelto enemigo de los toros y de todo aquello que significara dolor y muerte como espectáculo. Odiaba -y lo hacía con beligerancia- todo lo que supusiera tortura inútil para, de esta forma, satisfacer ese extraño placer humano de los que ven en el sufrimiento y en la muerte belleza. Aprendí de él que teniendo tantos y tan diversos modos de divertirnos, los españoles todavía sintiéramos placer y satisfacción en ver maltratar a un animal mientras la gente vocifera desde las gradas. No lo entendía por mucho que algunos de sus amigos se lo explicaran una y mil veces. Yo tampoco.

Momentos previos al chupinazo

Aprendí de él esa forma de ver la civilización. Yo, como él, que siempre fue un hedonista*1 impenitente, nunca le vi la gracia al hecho de tirar una cabra desde la torre de un campanario ni el de asaetear a un toro durante horas para, al final, ya malherido, pegarle un tiro en la cabeza. No entendí nunca el placer que puede dar el participar en los encierros –o como quiera que se llamen este tipo de festejos- ni nada que pueda producir dolor para satisfacción de algunos “humanos”.

El chupinazo

Todo esto viene al caso por la muerte de un joven de 27 años corneado por un toro mientras corría el encierro de San Fermín. No sé si murió por defender sus convicciones –que los encierros son parte de nuestra cultura y deben seguir- por heroísmo -¿heroísmo?- por placer o por lo que sea. Cada uno es dueño de su vida y la puede gastar como mejor le apetezca. Allá cada cual con su existencia.

imagen eliminada por el autor.

Lo que no me entra en la cabeza ni concibo es el espectáculo de la muerte de una persona como una parte más de la fiesta. No hubo informativo que no incluyera las imágenes de la cogida y posterior agonía del muchacho. Era una parte más del espectáculo y casi todos los locutores se extendían en dar explicaciones sobre la trayectoria del pitón (El cuerno entró por encima de la clavícula, con un trayecto descendente…) o sobre cómo fue enganchado por el asta de Capuchino, un toro por lo visto muy peligroso. Había un cierto regodeo en dar la noticia, incluso se hacían dibujos para explicar con más detalles la agonía excesiva de este chaval de 27 años. Las cadenas de televisión que tuvieron la “suerte” (supongo que obtener estas imágenes cuesta lo suyo) de conseguir el vídeo entero de la cogida, ofrecen en la web la “Secuencia completa de la muerte de Daniel Jimeno Romero”. Algunos locutores cuando hablaban de las heridas “mortales de necesidad” o de que tenía “arrancada la vena cava” se comportaban más bien como si estuvieran retransmitiendo cualquier partido de fútbol. En los encierros de los días siguientes algunos locutores parecían echar de menos otra tragedia de este tipo para echarle más carnaza a la muchedumbre ávida de sangre y de dolor. Es el circo del siglo XX. ¿Será el del XXI?

Y en Pamplona sigue la fiesta.

Momento del recorrido

*1 : Hedonismo:

* Todos los seres humanos hemos nacido con la posibilidad de experimentar placer.
* El placer no es bueno, ni malo, simplemente existe.
* Lo bueno o lo malo del placer reside en cómo se busca y hasta dónde llega.
* Todos los extremos son inconvenientes, el exceso de placer se convierte en vicio.
* El placer no es solamente la gratificación sensual o sexual como piensan la mayoría de las personas.
* Hay placeres tan simples y deliciosos como comerse un pedazo de torta o mirar la última alineación planetaria.
* Existen placeres que a la postre traen infelicidad, insatisfacción o contratiempos como por ejemplo la popularidad o la fama.
* El mayor placer para el género humano debe girar entorno del servicio de los demás.
* Si aprendemos a distinguir verdaderamente lo que es placer, podremos vivir muchos momentos de felicidad.
* Se busca la felicidad de todos los implicados, o, para usar una frase que es clásica en la literatura de esta escuela, “la mayor felicidad del mayor número”.
* Hay que prescindir del dolor, tanto el propio como el ajeno. Producir dolor –sobre todo para obtener placer- “animaliza” a los humanos.

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La raza del toro gatuno

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Los medios dijeron que la actuación de José Tomás en la Monumental de Barcelona estuvo bien. Bien, pero… En los PEROS coincidieron televisiones, radios y periódicos. Parece que el matador se llevó cinco orejas, pero casi pierde una. Que sus estocadas dieron resultados, pero (salvo la última) no se ajustaron a los cánones (o sea que no sabía por dónde meterla). Que fiel a la intención estética que marca el protocolo le dio la espalda a un toro, pero el toro le dio por saco. Ya os habréis dado cuenta por la ausencia de una prosa taurina ortodoxa, es decir rancia, que no soy un especialista. Pero con todo sé que José Tomás es el mejor, como también sé que no es la primera vez que su elegancia al bailar con el capote y enseñarnos su culito prieto le pasa factura. Por suerte sólo ha tenido que pagarlo con una voltereta o tragando arena.

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Pero el PERO más señalado por todos los expertos que estuvieron en la Monumental fueron los toros. Sí, los toros. Ellos fueron los aguafiestas. Que los toros eran flojos, quedados, que ninguno rompió a embestir ni propició una gran faena. Entre los corresponsales taurinos a esta clase de toros se les compara –despectivamente– con los gatos. No sirven para un espectáculo que está basado en la emoción que se desprende del enfrentamiento entre un animal fiero y un torero.

Ahora digo yo, es decir Tú (y aquí va mi PERO), ¿no es el torero el responsable de sostener la lidia al toro con el capote? ¿No depende de su talento que el toro –bravo o minino– entre al trapo? Y en cualquier caso, ¿qué matador es capaz de enfrentarse a un toro que rompa a embestir? Desde luego que ninguno, ya que al toro lo rompen antes de que embista. Los picadores lo acorralan apenas sale a la plaza y con las puyas provocan un desgarramiento del tejido que no hace otra cosa que menguar sus fuerzas. Claro que suena mejor decir que las dosifican, que ensartan al animal para medir su bravura, como si le estuvieran clavando un bravurómetro entre la nuca y el lomo. Pero todo el mundo sabe que es para facilitarle la labor al matador. O sea, que no hay huevos para enfrentarse al poderío y la fiereza de un toro que acaba de pisar la arena corriendo como un rinoceronte y bufando que dan ganas de esconderse.

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Más tarde vienen las banderillas, que según dicen son para avivar al animal después de las puyas. En fin… Esta parte al menos es una de las más fascinantes del espectáculo, ya que no se arponea cobardemente al toro desde lo alto de un caballo, sino que el matador (o el banderillero) se arriesga y traza una figura preciosa arqueando su cuerpo, los brazos en alto, los cuernos de la bestia rozando su abdomen, el salto hacia atrás en el momento justo. Son las mejores fotos.

Pero qué pasaría, me pregunto, si todos los toros tuviesen la naturaleza de los gatos. Su actitud indiferente, su comportamiento esquivo. Que hasta el mismísimo José Tomás sería una mierda de torero. Y por mucho que se le echara la culpa a los animales, por mucho que siguieran sacrificando toros gatunos sin dejarlos huir por la puerta grande, el espectáculo a la larga dejaría de tener sentido. ¿Os imagináis a un torero con un puntero láser? ¿Verdad que no sería lo mismo? Por eso necesitan de un animal vehemente (noble, dicen ellos) que se cabree fácilmente, que entre al trapo, que no sepa pasar de la provocación. Por eso los expertos dicen que hay que desterrar al toro gatuno de la ganadería.

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Claro que esto también podría servir de inspiración a los gobernantes catalanes, en el sentido opuesto. Ya los veo invertir hasta el último duro en I+D, fijándose como objetivo la modificación genética del toro bravo para convertirlo en toro gatuno. No ha sido mi intención darles esa idea, que quede claro. Porque yo no tengo nada en contra de las corridas de toros, aunque lo bueno de que desaparecieran es que con ellas también se extinguiría ese monstruo cretino que es el movimiento antitaurino, esa bandada de gansos histéricos que, una vez disueltos, encontrarían nuevas causas para seguir cacareando su vacía indignación.

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Web del autor: El Holograma

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